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Kamis, 07 Februari 2013

A BORDO DEL OTTO NEURATH: El efecto Eco, o por qué mi biblioteca es tan mala

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A BORDO DEL OTTO NEURATH
UN BLOG PARA NAVEGAR POR LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA (y por la economía, la política, la religión, la educación, el arte, y muchas otras cosas)
thumbnail El efecto Eco, o por qué mi biblioteca es tan mala
Feb 7th 2013, 16:42

Tengo un montón de libros en casa (para la media nacional, se entiende), más muchos otros de los que me he ido desprendiendo de una manera u otra a lo largo de los años. Una de las cosas que he agradecido del e-reader, que tengo desde hace unos tres años, es que eso me ha permitido mantener mis estantes por debajo de su límite de tolerancia al peso (no quería pasar por tener los libros apilados en el suelo), gracias a que han disminuido notablemente mis compras de libros en papel.
.
Pero, a pesar de la no desdeñable magnitud de mi biblioteca, siempre he estado bastante insatisfecho con su contenido. No está del todo mal una cierta colección de obras clásicas de filosofía (de los presocráticos a Wittgenstein), que fui juntando desde mis tiempos de estudiante a los de profesor de secundaria. Pero echando un vistazo a la mayor parte de los títulos que se acumulan en mis estanterías, por lo general no puedo evitar arrepentirme de haber comprado la mayoría de esas obras. Una de las principales razones es el hecho de que los mejores libros que he solido leer de cada autor, los leí porque alguien me los prestó, o porque lo saqué de una biblioteca, y, encantado con la experiencia, después compré algunas obras más de esos autores... sólo para descubrir que esas otras obras eran mucho peores que la primera que había leído. Yo lo llamo el efecto Eco, pero me ha pasado con muchos más escritores. En algunos casos (como el de El nombre de la rosa, o El señor de los anillos, o La historia interminable), acabé comprando esos primeros libros que tanto me habían gustado, y poniéndolos al lado de sus magras secuelas que, en cambio, me gustaron bastante menos, cuando no me aburrieron. La mayor parte de las veces, sólo las compré  por el placer de poseerlas, pues creo que no volví a leer casi ninguna de ellas.
.
Muchos otros libros uno los compra un poco compulsivamente, sin reflexionar, como puedes entrar al cine a ver una película sin saber muy bien de qué va, sólo porque la cartelera te llama la atención. Tal vez incluso el libro me haya gustado en su momento, como puede pasar con la películas, pero el caso es que al cabo de los años no sabes muy bien qué haces con ese libro en tu casa; es una especie de ser extraño que ha permanecido agazapado, viendo pasar el tiempo, y sumergiéndose en un mar de olvido e irrelevancia. Como mucho, el libro se limita a recordarme qué pésimo gusto y criterio tenía yo hace la tira de años.
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La mística del libro en papel como elemento de una especie de culto laico, o al menos como una forma de construcción de la propia imagen, creo cada vez con más intensidad que es algo excesivamente sobrevalorado. La idea del libro en papel como una especie de tesoro que legar, como parte de nosotros mismos, a nuestros herederos, se me desmonta cada vez que pienso en los montones y montones de libros viejos, pésimas ediciones y en general títulos infumables, que acaban irremediable y justamente en la basura un día tras otro, quebradizos, descuajaringados y amarillentos. Bienvenido sea el libro electrónico por, al menos, liberarnos un poco de este tipo de angustias.

Enrólate en el Otto Neurath

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Feb 7th 2013, 16:42

Tengo un montón de libros en casa (para la media nacional, se entiende), más muchos otros de los que me he ido desprendiendo de una manera u otra a lo largo de los años. Una de las cosas que he agradecido del e-reader, que tengo desde hace unos tres años, es que eso me ha permitido mantener mis estantes por debajo de su límite de tolerancia al peso (no quería pasar por tener los libros apilados en el suelo), gracias a que han disminuido notablemente mis compras de libros en papel.
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Pero, a pesar de la no desdeñable magnitud de mi biblioteca, siempre he estado bastante insatisfecho con su contenido. No está del todo mal una cierta colección de obras clásicas de filosofía (de los presocráticos a Wittgenstein), que fui juntando desde mis tiempos de estudiante a los de profesor de secundaria. Pero echando un vistazo a la mayor parte de los títulos que se acumulan en mis estanterías, por lo general no puedo evitar arrepentirme de haber comprado la mayoría de esas obras. Una de las principales razones es el hecho de que los mejores libros que he solido leer de cada autor, los leí porque alguien me los prestó, o porque lo saqué de una biblioteca, y, encantado con la experiencia, después compré algunas obras más de esos autores... sólo para descubrir que esas otras obras eran mucho peores que la primera que había leído. Yo lo llamo el efecto Eco, pero me ha pasado con muchos más escritores. En algunos casos (como el de El nombre de la rosa, o El señor de los anillos, o La historia interminable), acabé comprando esos primeros libros que tanto me habían gustado, y poniéndolos al lado de sus magras secuelas que, en cambio, me gustaron bastante menos, cuando no me aburrieron. La mayor parte de las veces, sólo las compré  por el placer de poseerlas, pues creo que no volví a leer casi ninguna de ellas.
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Muchos otros libros uno los compra un poco compulsivamente, sin reflexionar, como puedes entrar al cine a ver una película sin saber muy bien de qué va, sólo porque la cartelera te llama la atención. Tal vez incluso el libro me haya gustado en su momento, como puede pasar con la películas, pero el caso es que al cabo de los años no sabes muy bien qué haces con ese libro en tu casa; es una especie de ser extraño que ha permanecido agazapado, viendo pasar el tiempo, y sumergiéndose en un mar de olvido e irrelevancia. Como mucho, el libro se limita a recordarme qué pésimo gusto y criterio tenía yo hace la tira de años.
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La mística del libro en papel como elemento de una especie de culto laico, o al menos como una forma de construcción de la propia imagen, creo cada vez con más intensidad que es algo excesivamente sobrevalorado. La idea del libro en papel como una especie de tesoro que legar, como parte de nosotros mismos, a nuestros herederos, se me desmonta cada vez que pienso en los montones y montones de libros viejos, pésimas ediciones y en general títulos infumables, que acaban irremediable y justamente en la basura un día tras otro, quebradizos, descuajaringados y amarillentos. Bienvenido sea el libro electrónico por, al menos, liberarnos un poco de este tipo de angustias.

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